sábado, 14 de junio de 2014

De ese lienzo de mi ayer

No queda rastro
de ningún pigmento
lejos de este camino de letras.
Lo efímero queda aquí recogido.

Unos ojos devastados
que manchan mi testamento
gota a gota
como el caer de la arena
en oro.
El tiempo no es eterno.

Un gesto de desprecio.
Un corazón casi desnudo
empaquetado
en una falsa humanidad:
el horror de hacerse viejo.

Me aparto
de quienes no me quieren
y dejo
a estos patéticos sustitutos
como herederos
de deseos que jamás conocieron buen puerto.

Cerramos este paréntesis
de intimidad.
El libro exhala polvo de terciopelo.

Penetro en los más recónditos laberintos
de mi mente.
El lenguaje aquí no posee fondo,
ni forma ni costura.

No pienso dar más testimonio
de ese lienzo de mi ayer.
¿Y el bosquejo del mañana?
Más adentro.

Cerca de todo alrededor
acaricio la ocurrencia
con la punta de los dedos;
fuera de mí
me reduzco a una escultura
erosionada.
Los bosques me recubren.


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