domingo, 30 de marzo de 2014

Maleta llena de dudas

Pasan las luces,
luciérnagas de colores,
estelas de pasta de dientes
sobre un lavabo negro.
Carretera.
Las siluetas de las montañas,
recortables al horizonte,
viajan conmigo
en coche.

Regreso al pueblo,
al hogar.

No sé qué cadena de radio
llena el ambiente
del cinco plazas.
No la distingo,
no la escucho.

Anochece.
Es el momento de pensar
en qué mierda estoy haciendo
con mi vida.

Imágenes nubladas arriban:
cadencia de poetas,
(h)ojeo de revistas
de escritura creativa
en bibliotecas.
Autodidactismo
¿auto-suficiente?

Cambio de marchas,
curva peligrosa
se avecina.
Lunas de cine
y de teatro,
y ellas.

Reflexiones que se diluyen
por el calor del sueño.
Miro por la ventanilla.
Paisaje azul marino.
Futuro incierto.

domingo, 23 de marzo de 2014

Silenciando a la Muerte

Va taconeando la Muerte
por los barrios menos amigables
de esta fría y sucia ciudad.

El siguiente en la lista
sabe que tras sus huellas acecha.

Caen las últimas pinceladas
en esos lienzos que porta
de talento incomprendido.
Se limpia las harapientas barbas
de cerveza caliente.
Sus uñas están roídas
de escarbar
en las profundidades del alma humana
y no hallar nada.
Vaga el terror en sus ojos
que se alzan a un cielo muy oscuro,
sin estrellas;
destronado quedó Dios
por la ciencia y los iphones,
por esos hombres que
en sus malditas guaridas
desafían día tras día a la Razón.
Sus súplicas son entonces
música de fondo,
ruido blanco de televisores.

¡Que no se lleven los diablos
a ese pobre enfermo y sonámbulo!
Permanece inmóvil
el fantasma de la noche.
Es vivir lo que pretende.
Huele a sufrimiento,
a sábanas mugrientas de hospital.

La Muerte llega
y sin escrúpulos
oprime su tembloroso cuello
con esas manos heladas.
Busca aire, dolorido.

Se apagaron las farolas.
Sirenas de ambulancia que no van hacia allí.
Un viento azul,
un correr de caballos.
Una lágrima callada
en las arrugas de su cara.

Por evitarlo
no pudieron hacer nada
ni la curiosa ama de casa
pegada a la ventana
ni el niño que volaba aviones
en su terraza
ni el perro que cojeaba.


domingo, 16 de marzo de 2014

Les Falles

Gigantes descomunales
se enternecen
al contemplar
las ilusiones
que se curvan
en las caritas
de los más peques.
(Sonríen).
Titilan esos ojillos
al imaginar
cómo bailan
en las llamas
fantásticos muñecos
de unos pocos niños
inflados por la edad
y la paella:
los artistas falleros.

Se crea un círculo vicioso
de alegría;
partículas de pólvora
estremecen tus oídos,
y al vibrar todo tu cuerpo
te trasladas
a ese mundo caricaturizado,
ironía y sarcasmo
van de la mano.

Infantas casadas
con hombres corruptos,
políticos ensordecidos
por un pueblo que grita,
millones de parados
pero pocos inquietos,
fugas de cerebros
que se van,
sin becas y sin na',
para no volver
a cruzar la frontera
(que ya llega
hasta el cielo).

Batas blancas manchadas,
sanidad privatizada.
Libros con recortes,
educación con dislexia.
¿Y la cultura?
Los artistas cargan con ella,
ah, y un 21% de IVA más.
Es la cruda realidad:

Don Dinero
todo lo puede,
todo lo mueve.

sábado, 8 de marzo de 2014

Minas antitristezas

Entre las multitudes
de plumas aladas,
faldas destartaladas
y deslices de carmín,
te encontré...
con tu pícara mirada
y mi máscara,
por casualidad,
te pareció enajenada.

Huí tras tu sonrisa.
Corrías entre lianas
de Amazonas
al compás
del baile de las abejas;
caía del cielo
relleno de almohada
y estallaban
al tocar tus pies
minas antitristezas.
Se interpusieron
entre tú y yo
nieblas de otras épocas.

Y me perdí.
Y no podía parar
eso que crecía en mí.
Y me sentí
como esa oruga
que no se atreve
a dar una patada.

No te supiste esconder
y seguí el destello
de tu aroma
a peligro y miel.

Y al alcanzarte
llenamos esa noche
de saliva,
de ron y nicotina.

Me colgué
en tu eslabón más débil;
destronaste al rey
y me diste jaque.

Tonto centinela
dubitando
entre éxito o fracaso;
pusimos precio al tiempo.

Ay, mujer,
ya me conozco tus quizás
y tus hasta más ver.

sábado, 1 de marzo de 2014

La gran ola de Kanagawa

Las sombras juegan a ser olas
y vagan de un lado a otro de la mesa.

Los hombrecillos grises
que bajan de mi cabeza
en ascensor
tiran el maletín a la arena,
se desanudan la corbata.

La luz de la luna me baña,
me inunda una paz interior.

Ahora son niños
embadurnados de crema
lunar,
a los que les sobra valor
para enfrentarse
una y otra vez
a cada golpe suave de mar.

Va bajando la marea
(y la espuma de mi cerveza).

Un fuerte bramar se expande.
Las bebidas tiemblan.
Miran al horizonte,
asustados.
Huyen de la gran ola de Kanagawa.
Escalan cuerdas hacia la luna,
apresurados.

Los aplausos me despiertan
de mi ensimismamiento.
Parece que ha acabado el recital.
El pianista ha dejado de tocar.