domingo, 23 de marzo de 2014

Silenciando a la Muerte

Va taconeando la Muerte
por los barrios menos amigables
de esta fría y sucia ciudad.

El siguiente en la lista
sabe que tras sus huellas acecha.

Caen las últimas pinceladas
en esos lienzos que porta
de talento incomprendido.
Se limpia las harapientas barbas
de cerveza caliente.
Sus uñas están roídas
de escarbar
en las profundidades del alma humana
y no hallar nada.
Vaga el terror en sus ojos
que se alzan a un cielo muy oscuro,
sin estrellas;
destronado quedó Dios
por la ciencia y los iphones,
por esos hombres que
en sus malditas guaridas
desafían día tras día a la Razón.
Sus súplicas son entonces
música de fondo,
ruido blanco de televisores.

¡Que no se lleven los diablos
a ese pobre enfermo y sonámbulo!
Permanece inmóvil
el fantasma de la noche.
Es vivir lo que pretende.
Huele a sufrimiento,
a sábanas mugrientas de hospital.

La Muerte llega
y sin escrúpulos
oprime su tembloroso cuello
con esas manos heladas.
Busca aire, dolorido.

Se apagaron las farolas.
Sirenas de ambulancia que no van hacia allí.
Un viento azul,
un correr de caballos.
Una lágrima callada
en las arrugas de su cara.

Por evitarlo
no pudieron hacer nada
ni la curiosa ama de casa
pegada a la ventana
ni el niño que volaba aviones
en su terraza
ni el perro que cojeaba.


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