miércoles, 30 de julio de 2014

Una mirada

"Hay gente cuya mirada nos hace mejorar. Son escasos, pero cuando los encontramos, no hay que dejarlos pasar. Había, en Philippe, una extraña dulzura en su mirada que él posaba a veces sobre ella, una ternura sorprendida. Normalmente, pensó, cuando me miran, es para pedirme o para cogerme algo. Philippe, en cambio, da. Y bajo su mirada condescendiente, crezco."
Los ojos amarillos de los cocodrilos, Katherine Pancol.
Una mirada que busca,
confusa,
mientras el resto de miradas
la miran
con pena,
con lástima
¡y desprecio!

Una mirada atemorizada
de que las otras miradas
piensen
sobre ella
mal.

Una mirada que no sabe
dónde colocar los ojos,
que implora al cielo
y camina, cabizbaja. 

Una mirada que huye
y otra le sale al encuentro,
al rescate,
y cierra la puerta.

Una mirada 
en el pasado
anegada
y por el futuro
preocupada.

Una mirada que ríe
con todas las demás
y después llora,
desconsolada,
a solas.
Una mirada enamorada.

Una mirada que se pregunta 
por qué fue feliz con esa peculiar mirada
y ahora...
ahora no se atreve a mirar(la).

¿Una mirada que no expresa nada
sigue siendo una mirada?

Una mirada que sufre.

Una mirada que nunca mira atrás.

Una mirada con luz propia.

martes, 15 de julio de 2014

De un hueco disponible

"Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo."
Fernando Pessoa


Le he pedido al camarero
que me rellene todos los vacíos
que me dejaste anoche.
Le han faltado botellas.

Me he jugado en el póker
el futuro que me escribiste un día
cuando aún éramos jóvenes y felices
en una mugrienta servilleta.
Ahora solo me queda
un presente en calderilla.

Le preguntaré a esa chica
si funciona la máquina de tabaco,
a ver si esta luminosa ladronzuela
me devuelve un pasado bien ordenado:
veinte recuerdos que se (es)fuman.

Hoy la tele no entiende
que el fútbol no me divierte.
Que por más que intento escuchar
el ruido acompasado de la tragaperras, 
nadie le da su helado
al maldito niño que grita
delante del refrigerador.
Al final voy a tener que hacerlo yo.

Esperaré en esta butaca tan alta
hasta que los pies me lleguen al suelo,
y la sangre a la cabeza.

Me colocaré discretamente
bajo el ventilador
para que bailen mis cuatro pelos
al ritmo con que se contonea
el dulce tinto de verano.
El limón ya no me amarga.

Con suerte,
a las dos o tres de la madrugada
si no me han echado antes
seré comida de ratas
del chino de la calle de atrás.