He visto cómo tocabas esa cuerda
y, poco después,
la guitarra se estremecía.
A mí ya no me tocas así.
Sus ojos desprendían
un azul celos.
Tienes que entender,
querida,
que ya no eres mi instrumento favorito.
Nunca he sido un objeto
y mucho menos
una posesión tuya.
Solloza.
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