domingo, 16 de febrero de 2014

San Valentín sola, sin nada

Me senté en esa trágica silla de madera.
Pedí una infusión de hierbas.
Menudo café más lúgubre.
El cuaderno sobre la mesa.
Cerré los ojos e inspiré.
Y entre varios espejismos...

Apareciste tú.
Con ese vestido tejido de flores
y unas perlas de complemento.
Rizabas un rizo con un solo dedo.
Esperabas.
 Suspirabas.
La luz de la vela reflejada en tus lentillas.
Pecas por luciérnagas.
La mesa echaba raíces.
¿Dónde estaría?

Una cena de San Valentín sola,
 sin nada.

Te tocabas el pendiente de frío metal buscando seguridad,
y no la encontrabas.

Pagaste el martini,
cogiste el indignado bolso
y saliste de aquel antro;
los tacones chirriaban.

Y aquí estoy yo,
en ese mismo asiento destartalado.
Abro los ojos:
el té es ahora
un pantano evaporándose.
Compartí contigo
un lugar, una emoción,
pero no el mismo tiempo.

Ojalá hubiese sido yo
aquel hombre estúpido
e impuntual,
que faltó a su cita
por el maldito trabajo,
que lo ahorca,
que no le deja soñar,
pero eso no es todo...

Siempre hay alguna excusa más,
tal vez aquella vecina de menos edad.
Piénsalo.
 Averígualo.
Y toma la justicia por las extensiones.
Rómpele el tanga y, ya de paso, las ilusiones.
Que un anillo implica compromiso
y eso que ahora escasea:
fidelidad.

Si yo fuese él, te escribiría poemas
para reconquistarte.

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