domingo, 5 de abril de 2015

Eterno retorno

"Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién, 
quién levantó los olivos?"
Miguel Hernández

A mi abuelita Emilia

          I

Un bálsamo de vida
en la mejilla
nos llevamos 
de aquella princesa árabe
que custodia un eminente castillo
(un manojo de piedras bien colocás).

Águilas reales revolotean
en sus neblinosos cabellos.
Sus ojos verde oliva
‒como recién exprimida‒
nos testifican que,
para ella,
somos dos simples desconocidos.
Se dejó la memoria olvidada
en la receta
de los roscos de Pascua. 

Viajamos para huir
de los fantasmas
que ya no saben,
no quieren
o no pueden
abrazar.

          II

Marchamos 
cuando el sol todavía tenía hambre,
sin reloj, 
para que el tiempo no presione;
una banda sonora
de no sé qué película
nos envuelve.

Sesenta y ocho curvas levantamos
de las faldas de la montaña.
Doscientos sesenta y siete kilómetros
en carruaje
por tierra
nos aguardan.

Hemos de acostumbrarnos
de nuevo
al murmullo del mar:
volvemos al punto de partida. 

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